En diciembre de 1930 se produjo la sublevación de Jaca. Organizada por representantes de distintas corrientes, previamente reunidos en agosto de ese año en San Sebastián, al objeto de diseñar la estrategia para derrocar a la Monarquía. No obstante, el conato disidente fue controlado por el gobierno y encarcelados sus confabuladores. Mas los acontecimientos que provocarían la caída del régimen se precipitarían.
En febrero de 1931 se creó la Agrupación al Servicio de la República. Conformada por lo más granado del liberalismo español: José Ortega y Gasset (1883-1955), Gregorio Marañón (1887-1960) y Ramón Pérez de Ayala (1880-1962). Su primer acto público tuvo lugar el 14 de febrero en el teatro Juan Bravo de Segovia, presidido por el poeta Antonio Machado. Inicialmente se erigió exclusivamente como un colectivo de intelectuales y profesionales que pretendían promover la concepción de un nuevo Estado. Si bien, con posterioridad se transformaron en partido político, luego del amplio respaldo social recibido. En las elecciones constituyentes, convocadas el 28 de junio de 1931, se presentaron con un programa eminentemente liberal. Convocatoria electoral en la que sus promotores, entre otros miembros de la formación, obtuvieron acta de diputado. Aunque su aparición como futuro movimiento se escenificó mediante el manifiesto fundacional publicado el 10 de febrero de 1931 en El Sol. Del cual destacan los ulteriores pasajes:
Cuando la historia de un pueblo fluye dentro de su normalidad cotidiana, parece lícito que cada cual viva atento sólo a su oficio y entregado a su vocación. Pero cuando llegan tiempos de crisis profunda (…) es obligatorio para todos salir de su profesión y ponerse sin reservas al servicio de la necesidad pública. Es tan notorio, tan evidente, hallarse hoy en España en una situación extrema de ésta índole, que estorbaría encarecerlo con procedimientos de inoportuna grandilocuencia. (…)
(…) El Estado español tradicional llega al grado postrero de su descomposición. No procede ésta de que encontrase frente a sí la hostilidad de fuerzas poderosas, sino que sucumbe corrompido por sus propios vicios sustantivos. (…) Un sistema de Poder público (…) que ha sido una asociación de grupos particulares, que vivió parasitariamente sobre el organismo español, usando del Poder público para la defensa de los intereses parciales que representaba. Nunca se ha sacrificado aceptando con generosidad las necesidades vitales de nuestro pueblo (…).
(…) Nosotros creemos que ese viejo Estado tiene que ser sustituido por otro auténticamente nacional. Esta palabra “nacional” no es vana; antes bien, designa una manera de entender la vida pública, que lo acontecido en el mundo durante los últimos años de nuevo corrobora. (…) Un pueblo es una gigantesca empresa histórica, la cual sólo puede llevarse a cabo o sostenerse mediante la entusiasta y libre colaboración de todos los ciudadanos unidos bajo una disciplina, más de espontáneo fervor que de rigor impuesto. La tarea enorme e inaplazable de remozamiento técnico, económico, social e intelectual que España tiene ante sí no se puede acometer si no se logra que cada español de su máximo rendimiento vital. Pero esto no es posible si no se instaura un Estado que, por la amplitud de su base jurídica y administrativa, permita a todos los ciudadanos solidarizarse con él y participar en su alta gestión. (…) Que despierte en todos los españoles, a un tiempo, dinamismo y disciplina, llamándolos a la soberana empresa de resucitar la historia de España, renovando la vida peninsular en todas sus dimensiones, atrayendo todas las capacidades, imponiendo un orden de limpia y enérgica ley, dando a la justicia plena transparencia, exigiendo mucho a cada ciudadano, trabajo, destreza, eficacia, formalidad y la resolución de levantar nuestro país hasta la plena altitud de los tiempos. (…)
(…) Importa mucho que España cuente pronto con un Estado eficazmente constituido, que sea como una buena máquina en punto, porque, bajo las inquietudes políticas de estos años, late algo todavía más hondo y decisivo: el despertar de nuestro pueblo a una existencia más enérgica, su renaciente afán de hacerse respetar e intervenir en la historia del mundo. (…) Pero su realización supone que las almas españolas queden liberadas de la domesticidad y el envilecimiento en que las ha mantenido la Monarquía[1].
El 16 de ese mes cayó el gobierno de Dámaso Berenguer (1873-1953), tras lo que Alfonso XIII designó a Juan Bautista Aznar-Cabañas (1860-1933) como presidente del mismo. Quien convocó elecciones municipales para el 12 de abril. Comicios que tomaron un marcado carácter plebiscitario sobre la Monarquía y la propia figura de Alfonso XIII.
La rotunda victoria de los republicanos en las grandes ciudades, y sobre todo en Madrid, determinaron la proclamación de la Segunda República el día 14. Ya que se tuvo en cuenta, por la plenitud de fuerzas políticas, el arraigado fenómeno caciquil que padecían los núcleos rurales. Ese mismo día el rey se exiliaría. De lo que da fe su siguiente declaración, redactada el día 13: «Hallaría medios sobrados para mantener mis regias prerrogativas en eficaz forcejeo con quienes las combaten. Pero, resueltamente, quiero apartarme de cuanto sea lanzar a un compatriota contra otro en fratricida guerra civil». Y al abandonar España rumbo a París enunció tan memorables palabras: «Espero que no habré de volver, pues ello sólo significaría que el pueblo español no es próspero ni feliz»[2]. Con ello se daba por culminada la era monárquica.
Las Cortes acusaron al soberano de alta traición, a través de una ley promulgada el 26 de noviembre de 1931. La cual sería derogada por otra rubricada por Franco el 15 de diciembre de 1938. Pese a la amistad que unía a ambos, al concluir la guerra civil y no restituir Franco al soberano en su puesto, Alfonso XIII manifestaría: «Elegí a Franco cuando no era nadie. Él me ha traicionado y engañado a cada paso»[3]. La Monarquía no se volvería a restaurar hasta 1975.
«Una vez más el espectro de «las dos Españas» sembraría de lúgubres sombras el horizonte». Share on X
A pesar de que la Segunda República comenzó con gran algarabía y júbilo por parte de la población, quienes se lanzaron rápidamente a la calle para celebrarlo, pronto se transformó en confrontación y confusión. Una vez más el espectro de «las dos Españas» sembraría de lúgubres sombras el horizonte. Término que José Ortega y Gasset definió como: «…una España oficial, que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida, y otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia»[4].Y es que nuestra historia nos evidencia pertinazmente, desde hace casi dos siglos, nuestra incapacidad para pasar página y sumergirnos en la Tercera España. Aquella que describió Salvador de Madariaga como la de la libertad, la integración y el progreso.
«La historia evidencia nuestra incapacidad para pasar página y sumergirnos en la Tercera España». Share on X
Notas:
[1] Un manifiesto dirigido a intelectuales y firmado por tres escritores de gran prestigio. Marañón, Pérez de Ayala y Ortega y Gasset crean la Agrupación al Servicio de la República (10 de febrero de 1931). El Sol. Segundarepublica.com. Obtenido el 20 de septiembre de 2016, de: https://www.segundarepublica.com/index.php?opcion=6&id=13
[2] Viana, I. (13 de junio de 2012). Alfonso XII: «Un rey puede equivocarse, y sin duda erré yo alguna vez». ABC.
[3] Agís Villaverde, M. – Edit.- (1999). Conferencias do Foro Universitario, p. 152. Santiago de Compostela: Universidad de Santiago de Compostela.
[4] Lain Entralgo, P. (9 de marzo de 1980). Por qué cayó Alfonso XIII. El País.