Artículo XII: Un nuevo episodio de presunta corrupción

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La leña ardía lentamente, calentando cada rincón de la amplia estancia. Aquel viejo salón repleto de recuerdos de un pasado, tal vez austero en lo material, pero sumamente opulento en cuanto a lo que vivencias se refiere.

Aquella noche mi padre y yo conversamos sobre la noticia que copaba la portada del periódico local El Pobrecito Hablador. El vespertino rotativo se hacía eco de la detención de un nuevo alcalde. Según fuentes policiales a causa de un presunto enriquecimiento ilícito. Fortuna que hipotéticamente acumuló durante el ejercicio de su cargo como máximo regidor. Y al unísono exclamamos:

— Mira, como supuestamente Golfi y el primer edil actual.

Preguntándonos ambos el origen de este lamentable tipo de sucesos. Para desgracia del contribuyente, ocasionalmente reproducidos en ciertos puntos de nuestra geografía nacional. Y fue cuando me percaté de la trascendencia de las enseñanzas de Benito y su código ético krausista. Valores que quiso insuflar, cual Francisco Giner de los Ríos, en sus alumnos: el respeto, la tolerancia, el diálogo, la humildad, solidaridad, lealtad, seriedad,…

Desafortunadamente Golfi, con sus mensajes viciados, había destruido la labor pedagógica que con tanto esmero Benito pretendió inculcar en la juventud de una época. Muchachos cuya principal aspiración, hoy en día, consistía o bien en trabajar en el Ayuntamiento, o en ser concejales por algún partido que les garantizara un número de salida en sus candidaturas a presentar.

Para ello no requerían estudiar, ni tan siquiera esforzarse, simplemente pertenecer a una amplia familia. Eso sí, se mostraba indispensable que sus miembros estuviesen inscritos en el censo electoral, detentando el consiguiente derecho a voto en esta circunscripción. Quienes deseaban proclamarse ediles al objeto de pronto ofertarse al mejor postor. La manera más certera de medrar económicamente en un corto espacio de tiempo. Mientras el resto de formaciones políticas consienten, mirando hacia otro lado, afectadas mayormente por una virulenta cepa de regresión paranoide.

Organizaciones con una clara sintomatología. Fragmentación en diversos grupos, atrincherados en pequeños reinos que ya no comparten un proyecto común, sino únicamente el propio. Tendencia a la traición. Ahondamiento de las heridas, hasta convertirlas en insalvables. Promoción de caudillos que se valen de cualquier atajo para perpetuarse en su puesto, exclusiva forma de ganarse su sustento. En tanto en cuanto los demás callan por temor a ser sancionados y verse expulsados de los núcleos del poder. De tal manera que empujan a los afiliados de valía a echarse a un lado, con tal de no ser arrollados por el turbulento vendaval. Y amodazan normalmente a su máximo líder, el cual está obligado a ceder a sus caprichos en pro de no ser derrocado.

Padecimiento del que suelen contagiarse las variadas opciones: rojos, blancos o amarillos. Y que, parafraseando las palabras de mi prima Libertad, brota a consecuencia del modelo vigente de gobierno municipal: el strong-mayor. El cual convenientemente otros países han sustituido por el más óptimo city-manager.

Y es ahí, en el escalafón inicial, donde se gesta el asalto al resto de estamentos. Porque es a los munícipes a los que se les exige el mayor esfuerzo a la hora de preparar unos comicios. Ya sea mediante la convocatoria de mítines o entregando conjuntamente las papeletas a: ayuntamiento, cabildo o diputación, gobierno autonómico o central. ¿Y quién dice que no cuando te esperan, casi a pie de urna, para comprobar si votaste por quien tácitamente te encomendaron? Y además siempre recuerdas que tu licencia de apertura o construcción aún está en proceso de aprobación. Inclusive puede asaltarte la duda de si te agilizarán o retrasarán el pago de lo facturado a la institución por tu minúsculo negocio regentado. O de igual modo puedes plantearte si te concederán aquella ayuda o prestación solicitada por ti o un pariente cercano, etc., etc.

Ya nadie se sorprende cuando uno de esos chavales, asegura que apoyó a Golfi no por ideas, sino a cambio de una cierta cantidad por colaborar en la campaña electoral. O incluso por la promesa de un empleo en el consistorio. ¿Dónde queda el voluntariado? ¿El defender las creencias, derechos o libertades? Hasta llegan a disculpar las hazañas del recién transfugado, porque total el hombre estaba necesitado. ¿Y qué pasa con el resto de los conciudadanos, no se supone que vivimos en sociedad? ¿Se puede justificar lo injustificable?

Es más, si Golfi y los suyos siguen apretando las tuercas a todo aquel que no se someta a su yugo, terminará por emigrar hasta el último empresario aquí anclado. Y después, sin ingresos en las arcas públicas vía tributación, ¿cómo podrán pagar a tanto colocado en la corporación? ¿Presenciaremos nuevamente otro de esos esperpénticos casos donde el personal debe esperar hasta cinco meses para ser remunerado?

¿No deberíamos plantearnos lo que mínimamente está bien o mal si verdaderamente estas deleznables situaciones deseamos erradicar? Lo primero sería no reírle las gracias a los que tan reprobablemente han actuado. No obstante, desde un principio, porque echarse las manos a la cabeza sólo cuando los hechos en los diarios son reflejados aparenta burda hipocresía. Amén de autoconvencernos de que esto no aqueja a un exclusivo lado del espectro ideológico. Puesto que creyendo eso nada se consigue, salvo beneficiar a otros sectores que hasta ahora han logrado camuflar sus hedores. Ya que es algo endémico que se ha de atajar de raíz. Es decir, proponiendo un cambio de estructuras y no de bastón de mando, si de modificar el rumbo de los acontecimientos estamos hablando.

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