Si cierro los ojos, aún puedo escuchar el timbre ronco y sonoro de la voz de don Pascual, el cura centenario de Matahambre. Quien preside las eucaristías dominicales desde hace ya casi ochenta años. Todo un récord, y más teniendo en cuenta su aún lúcido razonamiento.
O las enardecidas soflamas del agnóstico Frédéric, el juez de paz del pueblo. Nieto de don Oprobio, nacido del matrimonio de la hija más joven de éste con un reputado economista del país galo, quien escogió este hermoso y controvertido pueblo para transitar por los últimos rescoldos de su existencia. Siendo ya un referente de nuestra historia los reiterados enfrentamientos entre yerno y suegro, a tenor de la disparidad de opiniones que mantenían sobre la gestión municipal. Quizás esta fuera la razón por la que mi padre invitaba a sus acaloradas tertulias políticas a Frédéric, acontecidas el primer viernes de cada mes en el humilde hogar de los Gutiérrez. Al ser descendiente de una de las pocas personas que osaron enfrentarse abiertamente con el temido cacique local.
Frédéric es aquí una auténtica institución. Enormemente respetado por su virtuosa ecuanimidad. Justo lo contrario que su abuelo, don Oprobio, que lo único que infunde en los demás es un miedo atroz por su ya consabida arbitrariedad. Tal disparidad de caracteres sólo se podría explicar si por sus venas fluyese en mayor cantidad la sangre francesa de sus antepasados. Entre los que, según nuestro querido Juez de paz, se encuentra la del ilustre economista, legislador y escritor Frédéric Bastiat (1801-1850). El que fuera acérrimo defensor de la propiedad privada, el libre mercado y el gobierno limitado, amén de un convencido pacifista.
Un destacado personaje del siglo XIX, que se quedó huérfano a muy temprana edad, tras lo que pasaría a estar bajo la custodia de sus parientes más cercanos. A los diecisiete años se ve obligado a abandonar sus estudios para trabajar en el negocio familiar. Y será ahí donde se percate de las nefastas consecuencias que el intervencionismo gubernamental provoca sobre el tejido comercial.
Al cumplir veinticinco heredará de su abuelo una fructífera finca. Lo que le permitirá dedicarse durante los veinte años siguientes a sus veneradas actividades intelectuales.
En 1834 publicará su primer artículo reivindicando la eliminación de las tarifas cargadas a productos agrícolas. Sin embargo, su reputación como escritor arrancará a partir de 1844. Después de la edición de un texto donde explicaba los beneficios provenientes del libre comercio y una monografía sobre Cobden y la Liga Anti-Maíz, fundada en Manchester en 1838.
El objetivo de la Liga Anti- Maíz era derogar la norma británica que limitaba la importación del maíz, aunque rápidamente derivaría en solicitar la supresión de la plenitud de las tasas impuestas al libre movimiento de bienes agrícolas e industriales entre Gran Bretaña y el resto del mundo. Durante sietes años sus componentes bregaron incansablemente por divulgar sus ideas. Cuyo esfuerzo se vio recompensado al conseguir introducir en el Parlamento sus pretensiones a través de sus miembros electos. Para alcanzar su cometido en el año 1846, cuando el Primer Ministro Robert Peel, mediante una ley promulgada al efecto, abolió las mencionadas restricciones. A partir de ese momento y hasta 1870 se desarrollará una de las etapas anglosajonas más florecientes.
Bastiat, en pro de culminar la susodicha monografía, empezará a intercambiar correspondencia con Cobden. Lo que desembocaría en una fortalecida amistad. El éxito obtenido por el británico en su lucha por el libre comercio inspirará al francés, quien intentará emular su gesta en su patria natal. Es por ello que se mudará a París, abriendo una asociación francesa a favor del libre comercio. Asimismo lanzará Le Libre Echange, un periódico afecto a la causa.
En 1848 iniciará su carrera política. Primero como miembro de la Asamblea Constituyente de Francia y después de la Asamblea Legislativa. Quedando interrumpida su labor pública al caer enfermo de tuberculosis en 1850, afección que le provocará la muerte poco después.
La notable difusión de la obra de Bastiat no sólo se debe a sus brillantes razonamientos, sino también a la sencillez de su lenguaje, lo que la hace asequible al público en general. Relatos salpicados de fábulas e ironías, persiguiendo con ello la mejor comprensión del lector. Porque como manifestó el filósofo austriaco Karl Popper (1902-1994): «Cualquiera que no sepa expresarse de forma sencilla y con claridad no debería decir nada y seguir trabajando hasta que pudiera hacerlo».
Los postulados de Bastiat aún hoy son de obligada consulta. Uno de sus manuscritos principales, el último que redactó antes de su fallecimiento, es el ensayo titulado Lo que se ve y lo que no se ve. Donde el autor asevera que los efectos de la intervención estatal no son inmediatos, sino que suelen aflorar a largo plazo, desvirtuando normalmente la intención inicial.
Él concebía el Estado como: «aquella gran ficción por la que todos tratan de vivir a expensas del resto». Puesto que afirmaba que la Administración Pública no produce nada por sí misma, siendo la tributación su casi exclusiva fuente de ingresos. Dinero que sustrae del circulante en el mercado.
Asegurando que la forma más acertada de llevar la paz y la prosperidad a los distintos territorios es a través del libre comercio. Preceptos desarrollados en la actualidad por renombrados economistas. Entre los que figuran el catalán Xavier Sala i Martín, y su estudio de como la ausencia del libre mercado incide negativamente en el desarrollo del continente africano.
Postulados a los que no es ajeno su descendiente residente en Matahambre. Teniéndolos siempre presentes a la hora de impartir justicia.