¿Llegarán algún día los liberales al poder?

La Libertad guiando al pueblo, de Ferdinand-Victor-Eugène Delacroix (1830)

Esta es la pregunta que hace poco me hacía, con tan sólo 18 años, un fiel defensor de la doctrina liberal. Así que permítanme que hoy agradezca públicamente el interés de muchos jóvenes por esta página. En reiteradas ocasiones escuchamos como se los estigmatiza por no prestar atención a los asuntos públicos, nada más lejos de la realidad, como desde aquí ha quedado demostrado a través de sus comentarios. A favor o en contra, ese matiz carece de importancia, pues lo primordial es su participación y su acercamiento a la política desde edades tempranas. Ya que en todas las etapas de nuestra historia siempre han sido ellos los que han propiciado las verdaderas transformaciones.

Mi respuesta para él es simple, si los liberales son capaces de abrirse y expresar claramente sus fundamentos sin rubor alguno, desterrando los mitos y falacias creados por otros alrededor suyo, sí. Puesto que la crisis actual nos ha demostrado que se ha originado por el mismo error reiterado desde el comienzo del siglo XX, en infinidad de veces denunciado por la Escuela Austriaca de economía, y que no es otro que la expansión crediticia y fiduciaria consentida por los Bancos Centrales. El modelo Keynesiano ha quedado constatado que no es la mejor vía. Al contrario, sólo a través de un austero y equilibrado presupuesto, se logrará salir del túnel en el que estamos inmersos.

Se dice que la inversión pública será la panacea para crear puestos de trabajo, pero para ello necesitamos la suficiente consignación presupuestaria, compuesta mayormente por dinero proveniente de los impuestos. Y si no hay tejido empresarial, que genere riqueza y empleo, difícilmente se podrá recabar ingresos por la vía fiscal.

Desde luego que siempre existirá un Gobierno, pero exiguo, que garantice únicamente la convivencia y paz social de sus ciudadanos, así como la subsistencia de aquellos a los que les es imposible llegar a los mínimos establecidos.

La política clientelar, la figura del strong-mayor en las corporaciones locales, está auspiciando lentamente el descrédito en el sistema. Es desconcertante contemplar como los partidos, diariamente, se lanzan dardos envenenados a cuenta de quién tiene más cargos públicos condenados. Sin percatarse de que lo realmente trascendente sería averiguar por qué ocurre esto y qué deberíamos hacer para erradicarlo: leyes firmes contra el transfuguismo; permitir gobernar a la lista más votada; obligar en el momento de los comicios a recoger la papeleta en la cabina de la mesa electoral y prohibir traerla preparada, lo que hasta ahora suscita múltiples leyendas sobre esta materia; colaboración entre el ámbito público y privado a través de la creación de distintos consorcios mixtos; etc, etc.

El continuo engroso de dispendios a cuenta del erario público, el nombramiento de tanto gobernante y asesores varios, nos pone en la perentoria tesitura de un sustancial giro en las futuras medidas a adoptar. Y es aquí donde los liberales tienen una gran oportunidad, compartiendo sus conocimientos durante siglos adquiridos, en pro de intentar mejorar nuestra sociedad. Dar un paso adelante, dejando atrás los miedos y los complejos inferidos. Guiándonos como siempre por la razón, la tolerancia y la objetividad.

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