Capítulo VII: Siete pisos subirás para allí llegar

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Inmersa en un mar de dudas e incomprensible desasosiego permanecía allí, sentada, sin tan siquiera atisbar una nimia parte de los presagios que me acababan de ser mostrados. El sudor frío impregnaba mi gélida cara, a la vez que un suave aire polar acariciaba levemente mis cabellos, advirtiéndome de una presencia en la estancia presumiblemente, en su concepción más amplia,  no ortodoxamente terrenal, a la par que imperceptible para el ojo humano. Mi corazón palpitaba frenéticamente ante la magnitud de tan dispares hechos. Y fue como siempre Amador quien me rescató de aquel espectral contexto. Pues preocupado por mi onírica revelación del día anterior hasta mi humilde morada se había acercado. Su tintineo en la puerta de entrada incluso me pareció un réquiem de campana, pero no, era él, mi siempre ángel salvador. Quien con su melódica voz nada más abrirle me anunció:

—¡Traigo muy buenas noticias! El Comité de Dirección del “Centro Liberal Español y Reformista” quiere vernos esta misma mañana. Nos dan siete meses para su programa político culminar. Creo que tu sueño resultará de crucial trascendencia en su desarrollo. Apresúrate y vístete, nos esperan a las 11:00 en su despacho. He venido hasta aquí para avisarte y saber cómo se encuentra mi mejor ayudante, compañera y atormentada amiga.

Rompí a llorar y a él férreamente me abracé narrándole los escalofriantes acontecimientos que acababa de padecer, enseñándole el misterioso papel garabateado. Con sus aguerridas manos me enjugó las lágrimas, mientras me susurraba: “No te preocupes, juntos pronto alcanzaremos la luz”.

Eran las 10:50 cuando llegamos al imponente edificio de oficinas. Encontrándose la sede del Centro Liberal Español y Reformista , el CLER, en la séptima planta. Cogimos el dorado ascensor que se fue parando en los distintos pisos, destacados en diferentes colores: la planta baja en rojo, la siguiente en naranja, para proseguir en amarillo, verde, azul, índigo y terminando en violeta. Nada más salir de él una sonriente joven nos condujo hasta una sala de reuniones donde se encontraban siete personas de avanzada edad, quienes afablemente nos saludaron.

Un longevo hombre de pelo blanco, alto y enjuto, cual vehemente Don Quijote de la Mancha, tomó la palabra:

—Hablo en nombre de todos cuando os digo que os agradecemos enormemente, Amador y María, que hayáis accedido a ayudarnos en tan ilusionante proyecto. Pues aunque fundamentamos nuestras ideas en sólidos principios, en la sociedad actual, donde el ruido todo lo distorsiona, requerimos de ecuánimes expertos para ser capaces de difundir un mensaje nítido, que destaque entre el resto. Al mostrarse nuestros planteamientos, tal vez, un tanto controvertidos y contrarios al dogma mayoritario.

»Nuestro único fin es transmitir la imperiosa necesidad de libertad en la sociedad. Luego de percibir el paradójico olvido de la historia humana, magistralmente desdibujada por los que de una forma u otra han buscado siempre cualquier atisbo de privilegio. Avisándonos nuestros ancestros, mediante profecías varias, del grave peligro que corremos si hacemos caso omiso a tales señales.

»Cuentan que el 21 de diciembre del 2012 a las 11:12, instante coincidente con el solsticio de invierno, irrumpe una Nueva Era. Etapa que transformará nuestros paradigmas sociales, culturales, políticos y económicos. Si atendemos al perennemente pseudo-interpretado Nostradamus, del triunfo de Oriente sobre Occidente. Sin embargo, palabras que han de ser simplemente tomadas a modo simbólico, de la victoria del espíritu que representa Oriente, cuna de la civilización, sobre la materia. Ya que la mayoría de los sabios que nos dejaron pistas en el pasado de lo que nos deparaba el mañana, lo hicieron de forma hermética, camuflada, en pro de soslayar el gobierno imperante, y por ende salvar la propia existencia. Congregados en torno a hermandades secretas, vilipendiadas, denostadas, por tener que ocultar sus axiomas y credos, con el fin de evitar la muerte o en la mejor de las circunstancias el perpetuo y devastador destierro social, porque rememorando cierta máxima: “Lo que se hace público se envilece”. En similar línea advirtió Nostradamus a su hijo César: “(…) No arrojarás las perlas a los cerdos, por temor a que las pisoteen y volviéndose junto contra vosotros, os despedacen.

Christian Resende Cruz, que así se llamaba el venerable anciano, prosiguió relatándonos su particular visión sobre nuestro ayer más lejano. Huellas minuciosamente auscultadas durante el transcurso de su largo viaje existencial.

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