Dicen que nadie es profeta en su tierra y quizás esto fue lo que le pasó a Hayek. Siendo el propio tiempo, y mucho después de presentar su valiosísima teoría de los ciclos económicos por la que recibiría el premio Nobel en 1974, el encargado de darle la razón. Pero hasta ese momento tuvo que sufrir la humillación como profesional. Y todo por vislumbrar que las teorías Keynesianas acarrearían inflación y recesión.
Friedrich Hayeck, liberal clásico, perteneciente a la escuela monetaria austriaca, continuó lo comenzado por Ludwig von Mises. Del que llegó a decir: “No hay ningún otro hombre al que le deba más intelectualmente”. Bajo su tutela partió desde su Austria natal rumbo hacia EEUU, con el objetivo de descubrir los factores que desencadenaron el crack de 1929.
Fue ahí donde se dio cuenta de que resultaba imprescindible retornar a algo similar al patrón oro o a un tipo de cambio fijo, abogando por un sistema de banca libre competitiva. Argumentando que el origen de este cúmulo de sucesos adversos, germinaba cuando las entidades financieras, bajaban exponencialmente los tipos de interés, en pro de atraer más clientes y obtener más beneficios. Esta circunstancia llevaba a que los empresarios pidieran créditos desmesuradamente, arriesgándose en grado sumo, hecho que no hubiese acaecido si se hubiese dejado actuar a las fuerzas espontáneas del libre mercado. Todo ello propicia, al aumentar la demanda por el exceso de fluidez monetaria, que suban los precios. Sin embargo, en ese instante se cierra la financiación para corregir tales desviaciones, arrastrando a los negocios no consolidados a la quiebra por falta de liquidez. Y es entonces cuando sobrevienen los despidos masivos, porque de repente hay más oferta que demanda. Bajan los importes de venta para darle salida a los stocks, retornando los productos a su valor razonable, inflados por la especulación. Encontrándonos ya inevitablemente en una etapa de recesión.
No obstante, Keynes pensaba que la mejor medida contra la recesión era la actuación del sector público. Básicamente fue la política implementada por Roosevelt, sintetizada en su plan “New Deal”, que no dio el resultado esperado.
Por lo que es razonable deducir que lo que debe hacer el gobierno es limitarse a permitir y contribuir a la competitividad empresarial, recayendo en este tejido la generación de riqueza y empleo. Presentándose otra cosa simplemente como una solución artificial a corto plazo.
Y si no recordemos las palabras pronunciadas a finales de Diciembre del 2008 por el expresidente español Felipe González. Quien manifestó que cuando no pudo efectuar su promesa electoral de crear 800.000 puestos de trabajo en su primera legislatura, aprendió que “los empleos los dan los empleadores y no el Estado.”
¡Qué pena que ninguno de nuestros políticos entiendan la teoría del ciclo económico tal y como la ha definido los economistas austricos!
Lo de Felipe González ha estado bueno. Sin embargo, nunca puso en práctica ese principio expresado. Y que decir del actual Gobierno que permite que se «criminalice» a los empresarios.
Un saludo.
Por cierto, ¿hay alguna forma de hacer que tu blog me avise de los comentarios de una entrada?
Provengo de una Socialdemocracia liderada en la Transición por el afamado, eficaz y ya fallecido Francisco Fernández Ordóñez, comparable a las modernas centroeuropeas y nórdicas de Willy Brandt y Olof Palme, nada que ver con el actual tactismo social-zapaterismo español sin origen, ni rumbo ni objetivos.
Pero cada vez estoy más convencido de las ideas liberales -naturalmente progresistas, como diría el recordado Joaquín Garrigues-, al menos en lo económico, en la economía de mercado, no exenta de regulaciones y controles para evitar lo sucedido actualmente.
De forma simple y pedagógica, «para distribuir riqueza, primero hay que crearla», y no distribuir si, pero con grandes endeudamientos que afectarán al empleo y a varias generaciones.
Saludos.