El tormentoso pasado español

Duelo a garrotazos, de Francisco de Goya y Luciente

Como saben hace tiempo que ando un poco desconectada. Enfrascada en la elaboración de mi próximo ensayo, La corrupción inarmónica. Parte de la tesis doctoral que actualmente estoy desarrollando y cuyo resumen presenté en el XIII Congreso de la Asociación Española de Ciencia Política y de la Administración (AECPA). Evento que se celebró del 20 al 22 de septiembre en Santiago de Compostela. Labor que me exige un enorme esfuerzo y dedicación, un gran número de horas entre libros y ante la pantalla de mi ordenador. Días en los que evito cualquier tipo de distracción que no sea mi línea de investigación. Sin embargo, los acontecimientos que he contemplado desde el domingo en los informativos han atraído tristemente mi atención.

Uno de los primeros libros que publiqué fue Historias de un pueblo, comencé a redactarlo en el 2008, hace ya casi diez años. Lo hice porque no entendía la situación política de aquel momento. Quería encontrar las respuestas que nadie me daba. Y me basé en la premisa de Santayana: «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo». Porque solo si conocemos la tumultuosa historia española podremos comprender los males que nos acucian en la actualidad.

Páginas que narran la crónica de nuestro pueblo, a través de las reflexiones de insignes personajes nacionales. Lamentablemente, desde el domingo intuyo que poco hemos aprendido del ayer. Parece como si nadie recordase ya el discurso de Ortega y Gasset y Manuel Azaña en las Cortes de 1932, sobre las dos visiones de España. Es imposible no traer a la mente la Semana Trágica de Barcelona acaecida en 1909, con la posterior caída de Antonio Maura, presidente del Gobierno. Artífice de la emotiva proclama, La revolución desde arriba. O el llamamiento de Ortega en 1931 contra el radicalismo.

Acontecimientos que se sintetizan en el magnánimo cuadro de Goya, Duelo a Garrotazos. Donde una parte de España quiere imponer a la otra su idea de país. Ya lo avisó Blanco White durante la redacción de la Constitución de 1812, la exclusión de una porción de la población lleva inevitablemente al enfrentamiento futuro.

Y es que todo aparenta que inexplicablemente el tiempo ha difuminado poco a poco la concordia y el consenso del espíritu de la Transición. Donde, después de prácticamente dos siglos desde la aprobación de la primera norma jurídica suprema, lográbamos una apacible etapa de reencuentro. Donde los dos míticos bandos, «las dos Españas», dejaban a un lado lo que les separaba para centrarse en lo que les unía. Donde la «Tercera España» dejaba de ser una utopía para vislumbrarse como un sueño realizable. Aquella «Tercera España» que para Madariaga significaba la de la libertad, la integración y el progreso.

La historia de una nación que suspiraba por europeizarse. Por converger con el resto de Estados a los que le vinculaba una misma raíz cultural, pergeñada a lo largo del medievo. Los Estados Unidos de Europa que veneraba el insigne escritor Víctor Hugo. Estados Unidos de Europa que nos permitirían dejar atrás las guerras y consolidar los caminos creados por los romanos, para posteriormente ser afianzados por los peregrinos y los mercaderes medievales.

No obstante, nuestra memoria falla y del consenso hemos pasado a una etapa de reproches, de siempre buscar culpables y nunca soluciones. Aún no hemos comprendido que el ser humano es imperfecto, que nos equivocamos continuamente. Empero, poseemos la gran virtud de poder rectificar y aprender de nuestros fallos.

No anhelemos un Mesías que nos salve de todo, porque el arreglo únicamente se consigue desde la generosidad, humildad, empatía y tolerancia de cada uno. No volvamos a entonar la triste canción de la eterna lucha fratricida. Pues como canaria, española, europea y ciudadana del mundo no quiero que me aboquen a entonar más los afligidos versos de Blas de Otero:

«Siento a España sufrir
sufrimiento de siglos».


El tormentoso pasado español –
(c) –
Ibiza Melián

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