El poder del uso de las palabras

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Aunque nos esforcemos en reemplazar una palabra por otra, el problema no está en el vocablo utilizado sino en el uso que hacemos del mismo. Un claro ejemplo es la reciente sustitución de la voz jurídica imputado por investigado, con el objetivo de eliminar la concepción peyorativa de la expresión[1].

La ley manifiesta claramente que una vez recibida una denuncia por parte del Juez, este queda obligado a investigarla. Salvo que sea muy evidente su falsedad o que los hechos denunciados no impliquen delito alguno[2]. Así, si alguien le llama a otro «chirripitifláutico» no podría reputarse como injuria[3]. Lo mismo ocurre con la querella[4].

De modo que después de presentada la denuncia o querella lo normal es que el Juez la tramite. Porque en esa fase lo único que tiene que hacer es ver si el incidente que se relata constituye delito o no, sin entrar a valorar la propia acción. La consecuencia es que inmediatamente debe imputar, ahora investigar, a la persona a la que presuntamente se le atribuye la comisión delictual. Que supone en sí un beneficio para ella, al no obligarla a declarar como sucedería si fuera testigo. Además de permitirle estar asistido de abogado[5].

No obstante, ese término, que es una garantía, aparece en el imaginario colectivo como sinónimo de culpabilidad. Quizás el origen estribe en las centurias de sometimiento a la Inquisición, lo que provoca la imposibilidad de respetar la presunción de inocencia. Ergo, de poco vale cambiarle el nombre a algo, si no modificamos nuestro mapa mental.


NOTAS:

[1] EUROPA PRESS (13 de marzo de 2015). Ya no habrá imputados, ahora serán investigados. El Mundo.

[2] Artículo 269 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

[3] Artículo 208 del Código Penal.

[4] Artículo 313 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

[5] Artículo 118 de la de la Ley de Enjuiciamiento Criminal.

8 comentarios en “El poder del uso de las palabras”

  1. Luis Manuel Farto

    Estoy convencido de que el eufemismo es una enfermedad del lenguaje, cuando tiene visos de epidemia de moralina. De hecho la «infirmatio» consiste en la debilitación y su consecuente -y buscada- desvirtuación del concepto contenido en el vocablo, aun en la palabra aislada de una unidad de sentido como una oración o un texto. Sin embargo, en el caso de «investigado» suplantando a «imputado», en un sistema jurídico como el de mi país -la República Argentina- en el que la presunción de inocencia solamente cesa con la condena firme del imputado, que lo es desde que principia el proceso -y proceso en el sistema judicial se asemeja mucho al lenguaje de la producción industrial de sentencia-, en este estado puede no resultar del todo maligna la sustitución. Me explico: se suele dar que ante políticos -y sus satélites- caídos de gobiernos anteriores se produzcan aluviones de denuncias e imputaciones, cuyo efecto político es peyorativo, descalificador políticamente; y una vez que comienzan estas pestes sociales, pues se torna la actividad tribunalicia en el fuero penal como una mezquina guerra en que se arrojan palabras como «procesado» o «imputado» sobre cualquiera y acerca de los más variadas cuestiones, debilitando a las palabras «procesado» e «imputado» por sí mismas -aunque técnicamente sean adecuadas-. Se produce por su liviano uso, difundido masivamente hasta la saturación, un verdadero linchamiento mediático, de efecto instantáneo y fugaz, ya que luego de ese espectáculo periodístico, los jueces histriónicos vuelven a su connatural desempeño mórbido y lento con respecto a esas «imputaciones» y «procesamientos» que los sacaron de su distante y majestuosa pereza. Me parece que el reemplazo de la política por la moralina hipócrita cuya arma cobarde es el eufemismo acaba por licuar hasta los vocablos «fuertes». Es un circuito de insidia entrópica. En otro orden, agradece uno profundamente, Ibiza Melián, su fina y oportuna percepción, la que nos obliga gratamente a meditar sobre la cuestión.

  2. Muchísimas gracias Luis por compartir tu interesantísima reflexión. Como bien indicas en cualquier sistema democrático que se precie se tiene que salvaguardar la presunción de inocencia con todas las garantías.

    Un abrazo enorme,

    Ibiza Melián

  3. María José Luque Fernández

    Sin duda, no es el uso de las palabras, si no la forma en que las utilizamos. Muy buen post.

  4. Imputado o investigado no resuelve el problema del daño al honor. Hay que ir más allá y prohibir por ley la difusión de investigaciones a personas públicas o privadas, mientras no haya suficientes indicios de culpabilidad. Hoy se actúa con total ligereza en la revelación mediática de imputaciones que acaban en inocencia. Se causan daños irreparables al honor de los imputados. Y si el significado de las palabras es fundamental en cualquier ley, y más aún en temas jurídicos, tanto o más lo es preservar a las personas de daños a su honradez.
    Saludos, y enhorabuena por esa nueva criatura llamada “La Hermandad de doña Blanca”. Es usted una muy fecunda y selecta escritora.

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