Capítulo XVIII: Era obvio que Libertad necesitaba ayuda

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El locutor del programa Te rondaré morena en Radio Vecindad se hacía eco del último parte meteorológico, anunciando inminentes lluvias. No sé si sería cierto o no, o tal vez simplemente se tratase de una manera muy innovadora y original de presentar la canción Esta tarde vi llover, del gran maestro Armando Manzanero.

El sonido de aquella hermosa melodía, se fusionaba con el bullicio de las conversaciones, mantenidas por los clientes que habitualmente se congregaban a la hora del desayuno en el bar municipal. Manuel se encontraba, como siempre, atareado tras la barra, mientras Soledad no paraba en la cocina.

Al fondo estaba ella, sentada ante una taza de té. Con ojos vibrantes y cálida sonrisa. Al verme agitó levemente su mano derecha, en pro de que me percatase de su presencia. Realmente parecía otra después del fin de semana pasado junto a su amado Luis. Llevaba puesto su vestido favorito, el que él le regaló para su postrero cumpleaños: blanco, largo y vaporoso. Era imposible no mirarla, estaba tan hermosa esa mañana. Su larga cabellera brillaba más que nunca y sus mejillas habían vuelto a sonrosarse. Y Libertad con su dulce tono de voz me dijo:

— Sabes Pedrín, lo he estado meditando mucho, durante este tiempo he llegado hasta pensar que quizás lo mejor sería renunciar a mi acta de concejal. Total si a nadie le importa lo que pase en esa corporación, por qué tendría que interesarme a mí. Lo peor es que tales comportamientos acaban concibiéndose como lo más normal del mundo, mostrándose como un sueño irrealizable el querer modificarlos cuando durante años ha sido así. Inclusive me he culpabilizado de lo acontecido. Y de lo injusto que resulta que Luis tenga que sufrir las consecuencias de mi dedicación a la política.

»Soportaría cualquier pena que me infligieran a mí, mas no acepto el daño conferido a mis seres queridos. Luis es un brillante profesional, y por las represalias de Golfi, tuvo que cerrar Gestoría la Verdad y marcharse de aquí. Dejándome en Matahambre triste y sola.

»No obstante, una retirada significaría que mi madre se equivocaba, y que los valores que me transmitió no sirven de nada. Que lo que le hizo don Oprobio a nuestra abuela ya lo hemos olvidado. En ciertos momentos, cuando estoy en la cama y cierro los ojos, las percibo allí, susurrándome al oído que es inaceptable el transigir. Precedidos normalmente esos efímeros instantes por una tenue brisa, que reaviva intensamente los recuerdos de la época que nos tocó vivir.

»Es por eso que te pido tu ayuda, pues no sé a quién recurrir, ni por dónde empezar para lograr ese cambio tan ansiado. Me siento como perdida, y por más que busco no vislumbro la salida.

Me quedé callado, paralizado frente a ella. Era obvio que Libertad necesitaba más apoyo que nunca. Que Matahambre requería terminar con el descarado y sempiterno ultraje al que Golfi y los suyos la habían condenado. Y fue entonces cuando comenzaron a caer las gotas de lluvia tras la ventana, vertidas cual lánguidas lágrimas derramadas sobre los cristales.

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