Discurso en Casa del Libro Fuencarral, Madrid

Presentación de La Hermandad de Doña Blanca, libro de Ibiza Melián

Buenas tardes:

En primer lugar, gracias a todos por acompañarme en este acto. Incluso hay personas de las presentes, que aun no viviendo en Madrid, han querido estar hoy aquí. Una muestra de cariño y afecto de valor incalculable para mí. Asimismo, quiero agradecer a Allihassana Coulibaly, Gran Consejero de la Jurisdicción española de la Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz (AMORC), sus palabras.

Cuando empezó hace años a rondarme por la cabeza la idea de escribir este libro, desconocía que hubo en la historia de Europa una Orden Rosacruz. No obstante, por pura casualidad quizás, si es que estas existen, cayeron en mis manos distintos documentos que describían una organización cuyos postulados tuvieron un fuerte calado en nuestro continente. La Fama Fraternitatis, publicado en 1614, y que buscaba una Gran Reforma para su entorno. Por tanto, aparece poco después de que irrumpieran los movimientos protestantes, que acabaron con la hegemonía de la res publica christiana. Con el dominio absoluto del emperador y el papa. Por su parte, la Confessio Fraternitatis, otro insigne texto rosacruz editado en 1615, pretendía la regeneración del hombre. Y por último, Las Bodas Químicas de Christian Rosenkreutz que salió a la luz en 1616, relata el camino que todo iniciado debe recorrer para que su materia y su espíritu terminen por disolverse en el absoluto[1].

Si bien, como otras corrientes que ahondan en la parte trascendente del ser humano, factiblemente la Orden Rosacruz pudo tener sus raíces en las antiguas escuelas egipcias de misterios. Cuyo esplendor se remonta alrededor del 1350 a.C, bajo el reinado de Akhenatón. Faraón que impuso el monoteísmo. Doctrina de la que presuntamente bebió Pitágoras en la Antigua Grecia. Se dice que hasta Platón quedó por ella seducido[2]. Y precisamente fue Platón en su mítica fábula de la caverna, quien habla de una realidad que siempre hemos visto distorsionada. Explicada de distintas maneras por las dispares creencias. Ya lo dijo Ghandi: «Lo mismo que un árbol tiene una sola raíz y múltiples ramas y hojas, también hay una sola religión verdadera y perfecta, pero diversificada en numerosas ramas, por intervención de los hombres».

Empero, en ese nuevo descubrimiento para mí de la Orden Rosa Cruz, más conmoción me produjo toparme con la figura de Giordano Bruno, adalid del librepensamiento e ilustre rosacruz. Fraile dominico condenado por la Iglesia a morir en la hoguera en el 1600. Célebre alquimista y astrónomo que insinuó que Dios nace en nuestra alma.

O con la de Goethe, igualmente rosacruz[3] y autor de la legendaria obra Fausto. Personaje que tuvo que bajar a los infiernos para después salvarse, al argumentar los ángeles en pro de su redención: «A quien siempre se esfuerza con trabajo podemos rescatar y redimir»[4].

Todo ello un revulsivo hallazgo para mí. Es por eso que para presentar mi obra decidí ponerme en contacto con la actual Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz (AMORC) en España. Quienes desde el minuto uno amable y desinteresadamente me han apoyado. A mí, aprendiz de escritora ajena a toda corriente iniciática. Movida únicamente por el afán de encontrar nuevos conocimientos. Conocimientos que me ayuden a entender mejor la esencia humana.

Esencia que supo auscultar perfectamente el prestigioso psiquiatra y psicólogo suizo Carl Gustav Jung (1875-1961), a quien aludo igualmente en La Hermandad de Doña Blanca. Cuyo trabajo constituye uno de los pilares fundamentales de la psicología transpersonal. Quien centró su investigación en los arquetipos que nacen del inconsciente colectivo. Inconsciente colectivo donde laten el ánima femenina y el animus masculino. Elementos que atañen a la dualidad. Pero, donde también acecha la sombra, aquello oscuro que negamos de nuestra propia personalidad[5]. Mientras, externamente nos mostramos con la máscara. Careta que nos ponemos para desempeñar el rol que nos hayamos impuesto en la sociedad[6]. No obstante, después de un ímprobo esfuerzo por conseguir el autoconocimiento, hemos de visualizar el mandala. Figura que representa la armonía que logramos cuando somos capaces de integrar nuestra parte consciente e inconsciente. El camino hacia lo que Jung llamó la «individuación»[7]. El espíritu y la materia que terminan por retornar al absoluto. Las bodas alquímicas que creaban al hombre completo.

Tanto los rosacruces, como la masonería, o las dispares creencias religiosas apelan a la simbología para transmitir sus conocimientos. Su paradigma del perfeccionamiento humano. Un lenguaje sencillo que resulta fácilmente reconocido por todos. Explicado de distinta maneras; pero, con una esencia idéntica. Y es que La Hermandad de Doña Blanca es un ensayo novelado plagado de símbolos. Buen ejemplo, son las imágenes que aparecen en la cubierta del libro.

Donde se ve el círculo conformado por la serpiente que se muerde la cola, el uroboros. Imagen mítica que nos recuerda el ciclo vital. Morir para después renacer. Destruir para luego construir. Figura que alberga al sol y la luna, lo femenino y lo masculino, la dualidad. El uno y el dos que logran el equilibrio gracias al tres. Número mágico este último que aparece igualmente representado por los tres puntos masónicos. El ternario, la trinidad de los católicos. Según los gnósticos la materia que debe sucumbir ante el espíritu, para terminar retornando a la fuente divina. Conforme a las enseñanzas platónicas: el Uno, masculino; el pensamiento, femenino; y el logos, el hijo[8].

Asimismo, se vislumbra la acacia como alegoría de la inmortalidad. A la que alude el maestro masón cuando asegura que: «La acacia me es conocida». Poseedor de los conocimientos que conducen a la suprema sabiduría. Madera sagrada de la que supuestamente algunos afirman que estaba hecha la corona de espinas de Cristo. Y, en base a lo manifestado por la Biblia, el Arca de la Alianza en cuyo interior se hallaban los Diez Mandamientos[9].

También podemos apreciar la flor de lis. Emblema de la realeza francesa, de la que provenía doña Blanca de Borbón. Y de la otrora poderosa Orden de Santiago[10], de la que era gran maestre su amado y venerado noble español, don Fadrique. La flor de lis como muestra de la pureza[11].

Finalmente hay dibujada una cruz en la que destaca una rosa pintada de un intenso magenta. «¿Quién ha unido la rosa a la cruz?», preguntó Goethe. La cruz, el cuerpo humano. Y la rosa, su alma, que sólo se abrirá completamente en aquel que ya esté preparado. Cruz junto a la que sobresalen las enigmáticas letras R y C. Caracteres que guardan relación con el subtítulo del libro Per Crucem ad Rosam y que significa a través de la Rosa Cruz. Como ya he manifestado, antigua corriente mística que buscaba la regeneración de Europa. Regeneración que los protagonistas de mi relato claman para nuestro país. Regeneración que el fantasma de doña Blanca de Borbón trata a toda costa de conseguir.

Aunque tengo que aclarar, que lo que me llevó a escribir este libro no fue una crisis espiritual. Sino buscar respuestas a mis propias dudas. Y en concreto a una pregunta crucial: ¿Por qué determinados males atacan más virulentamente a España que a otros países? Cuestión en la que he incidido en todo lo que he escrito hasta el momento. En base a ello en un determinado instante percibí que para desentrañar el enigma debía indagar en nuestra historia. Decía el filósofo Santayana que: «Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo»[12].

Pues bien, en ese pasado detecté que toda esa corriente mística, de la que se hizo depositaria la Orden Rosacruz y que contenía los planteamientos defendidos por el hermetismo y que desarrollaron los alquimistas, no pudo entrar en España. Tampoco en otros Estados católicos como Portugal o Italia, ni en Grecia en su fórmula cristiana de Iglesia Ortodoxa. Únicamente se les dio cabida en los países protestantes. Y qué casualidad, los índices de perversión del sistema son claramente diferentes entre el Sur y el Norte de Europa.

Además, fue precisamente durante esa búsqueda cuando hallé todo un riquísimo movimiento intelectual, surgido en una época que para mí guarda muchísimas similitudes con la actual, la Restauración. Periodo de la historia española que abarca desde finales de 1874 hasta el 14 de abril de 1931. Etapa caracterizada por el lema: «para los enemigos la ley, para los amigos el favor».

En ese espacio temporal, irrumpe con fuerza en España el krausismo. Corriente de la que bebió la generación del 98, la del 14, la del 27. Así como los regeneracionistas y los institucionistas. Gracias a la gran labor de difusión realizada por la Institución Libre de Enseñanza, liderada por Francisco Giner de los Ríos. Todos ellos tenían como fin último sacar a España de su retraso a través de la renovación de las ideas. Para quienes España se sustentaba en tres pilares: el pueblo, los verdaderos protagonistas de la historia; los monumentos, nuestro patrimonio arquitectónico como fuente de riqueza y exponente identitario; y el paisaje, especialmente Castilla como símbolo de nuestra patria.

De tal manera que debido a los postulados de todo ese movimiento intelectual opté por decantarme por ese enclave donde se desarrolla la trama, Castilla – La Mancha. Que es la tierra de otro de los personajes más universales de nuestras letras, «El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha». En concreto escogí Sigüenza. Villa radicada en Guadalajara. En cuyo castillo, hoy transformado en parador, estuvo encerrada desde 1355 a 1359 doña Blanca de Borbón, por orden de Pedro I de Castilla, su esposo.

Por otro lado, esa falta de libertad que durante siglos ha asfixiado a España, por la que don Quijote instaba a «aventurar la vida», ha sido más virulenta con la mujer. Y ese ostracismo, al que hasta hace escaso tiempo hemos estado sometidas, lo encarna perfectamente doña Blanca de Borbón. Utilizada como moneda de cambio para sellar una supuesta alianza entre España y Francia. Y después otra vez usada su figura por los nobles para ampliar su poder frente al rey. Quien concita, presuntamente en defensa de su honor, la primera guerra civil nacional. A quienes los Reyes Católicos rendirán su merecido homenaje en 1447. La mujer, a quienes se nos ha relegado siempre bajo el auspicio de una interesada interpretación del pasado. Y para mí la triste existencia de doña Blanca de Borbón representa un espectacular estandarte para reivindicar nuestro papel en la historia.

«Esa falta de libertad, que durante siglos ha asfixiado a España, ha sido más virulenta con la mujer». Clic para tuitear

Y aunque, los regeneracionistas, al igual que la generación del 98, la del 14, la del 27, o los institucionistas, beben de las fuentes del krausismo. Los regeneracionistas se diferenciaban en que en sus escritos primaban más el componente político que el literario. Soñaban con cambiar España, ponerla a la altura del resto de naciones europeas. De tal manera que La Hermandad de Doña Blanca es un guiño a ellos. Más en concreto a un ilustre regeneracionista, José Echegaray y Eizaguirre, Premio Nobel de Literatura en 1904. Quien amargamente se quejaba de una nación «donde no hubo más que látigo, hierro, sangre, rezos, braseros y humo»[13]. Tributo que he querido rendirle emulando, humildemente, a su supuesto estilo de redacción.

Los regeneracionistas eran conscientes de que la raíz del mal estuvo en la tímida acogida que se prodigó en nuestro país a los flamantes aires de la Ilustración que soplaban con fuerza desde Europa. Lo que provocó una débil aplicación de los mismos. Ideología que promulgaba romper con las fórmulas del Antiguo Régimen, para dar paso a los primeros «Estados Liberales de derecho». Cambios promovidos por la burguesía[14].

«La raíz del mal estuvo en la tímida acogida que se prodigó a los flamantes aires de la Ilustración». Clic para tuitear

Y es que para la Europa protestante el trabajo era una bendición. El éxito en los negocios un síntoma de haber sido tocados por la gracia divina, la predestinación que implicaba la salvación. Todas las labores eran dignas mientras fueran honradas, tanto o más que la vida dedicada a la contemplación. Sin embargo, para los católicos representaba el castigo que Dios impuso a los descendientes de Adán por el pecado original. Mientras, que el mayor de los honores era venerar al Señor, camino que conducía a la redención. No será hasta 1783, cuando el monarca español, Carlos III, decrete la dignidad de cualquier ocupación si era honesta. Sin embargo, la idea ya había penetrado en la esencia del pueblo y su extirpación resultaría harto complicada. Será en pleno siglo XX, cuando el Opus Dei se acerca a los postulados, en cuanto a esta cuestión se refiere, de los reformados. Si bien, con más de cuatro siglos de retraso[15]. Lo que unido a la condena del interés en los préstamos, calificado como usura[16], ha ocasionado graves perjuicios a nuestra sociedad.

La primera Constitución española que se hizo acopio de los planteamientos ilustrados fue la de 1812. Pero los efímeros periodos constitucionales españoles desde ese instante, rotos por otros autoritarios, impidieron la consolidación de la referida doctrina en España. Y no se pudo insuflar en la población un auténtico sentimiento patriótico compartido por todos. Lo que sí ocurrió en otros Estados. En tanto aquí hemos vivido inmersos perennemente en «las dos Españas». Una «que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida», y otra «España vital, sincera, honrada, la cual estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia». Según la magistral definición de Ortega y Gasset.

No obstante, yo me quedo con el ideal de alcanzar la Tercera España. Aquella que para Salvador de Madariaga era la de la libertad, la integración y el progreso. En la que no cabe pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Pues la historia nos demuestra que no es cierto. Lo que tenemos que hacer es analizar nuestros elementos diferenciales con respecto a las naciones de nuestro entorno. Con el fin de poder detectar nuestros puntos débiles y así fortalecerlos.

«Lo que tenemos que hacer es analizar nuestros elementos diferenciales con respecto a nuestro entorno». Clic para tuitear

Ahora bien, La Hermandad de Doña Blanca también alerta del peligro de creer en seres divinos a los que se les encomienda la salvación de España. Pues no hay que olvidar que Krause, del que parte toda la corriente intelectual de la que hablamos, era masón. Movimiento en el que hay incluso un alto grado denominado Soberano Príncipe Rosa Cruz, en el Rito Escoces Antiguo y Aceptado[17]. Para el estudioso Pedro Álvarez Lázaro Krause es el «el filósofo de la masonería»[18]. Cuya idea primordial radicaba en esculpir la esencia humana para mejorarla. Lo que en simbología masónica, conforme al saber alquimista, es tornar la piedra bruta en el más noble metal. Labor conferida a los mejores.

«La Hermandad de Doña Blanca alerta del peligro de creer en seres divinos para salvar a España». Clic para tuitear

En sí este ideal es de los más nobles. Pero tergiversado y mal aplicado puede llevar a resultados funestos. Porque cabe recordar que a lo largo de la historia todas las corrientes místicas y filosóficas enseñan que la verdad, la luz o la perfección individual, quizás nunca se alcance. Sólo si se pone mucha perseverancia simplemente se atisbe al final de nuestros días, después de una larga batalla con nuestros bajos instintos y pasiones.

Tergiversación que llevó en España a clamar por un «cirujano de hierro» que extirpara de raíz del mal de nuestra patria. Concepto en el que se amparó Miguel Primo de Rivera (1870-1930) para auparse dictatorialmente en el poder (1923-1930). Fuentes de las que bebería posteriormente Franco (1892-1975), para terminar imponiendo 40 años de duro invierno a las libertades.

En definitiva, La Hermandad de Doña Blanca es un grito desesperado para salvar el alma de nuestra patria. Y este gemido, que sale de las entrañas de un suelo yermo y sombrío, queda sintetizado con unos magistrales versos del poeta Gabriel Celaya. Versos que citan, cual conjuro, los personajes de la obra:

«España mía, combate
que atormentas mis adentros,
para salvarme y salvarte, con amor te deletreo»[19].

Muchísimas gracias a todos por acompañarme.


Discurso en Casa del Libro Fuencarral, Madrid –
(c) –
Ibiza Melián


NOTAS: 

[1] Nosotros, los Rosacruces. Un acercamiento único a la historia, filosofía y enseñanzas de la Antigua y Mística Orden de la Rosa-Cruz (2012). Barcelona: Ediciones Rosacruces, SL.

[2] Las Heras, A. (2005). Sociedades secretas. Masonería, templarios, rosacruces y otras órdenes esotéricas, pp.77. Buenos Aires: Editorial Albatros, S.L.

[3] Referencias históricas. Rosacruz. Obtenido el 23 de mayo de 2016, de: https://www.rosacruz.net/principal10.html

[4] Serrano Navarro, C. Goethe. Obtenido el 23 de mayo de 2016, de: https://www.unabvirtual.edu.co/descargas/revista/to14122010/art02.html

[5] Belart, A. (19 de marzo de 2014). Los arquetipos animus, ánima. El blog de Ascención Belart. Obtenido el 14 de mayo de 2016, de: https://ascensionbelart.wordpress.com/2014/03/19/los-arquetipos-animus-anima/

[6] Carl G. Jung: El arquetipo del personaje o la máscara. Aztlan. Escuela de Filosofía y psicología. Obtenido el 23 de mayo de 2016, de: https://www.aztlan.org.ar/articulos/articulos-sobre-carl-jung/carl-g-jung-el-arquetipo-del-personaje-o-la-mascara.html

[7] Glosario Psicología. Obtenido el 23 de mayo de 2016, de: https://glosarios.servidor-alicante.com/psicologia/individuacion

[8] Piñero, A. (2012). Los cristianismos derrotados. ¿Cuál fue el pensamiento de los primeros cristianos heréticos y heterodoxos?, pp. 91-108 Madrid: Editorial EDAF.

[9] Carlos Daza, J. (1997). Diccionario Akal de Francmasonería, pp. 15-16. Madrid: Ediciones Akal, S.A.

[10] La Orden militar de Santiago. Heraldia.com. Obtenido el 30 de agosto de 2015, de: https://www.heraldaria.com/santiago.php

[11] David, (25 de mayo de 2012). Curiosidades florales: La flor de lis. rosavallsformacio.tv. Obtenido el 4 de mayo de 2016, de: https://www.rosavallsformacio.tv/blog/curiosidades-florales/flor-de-lis.html

[12] Santayana, G. (1905). La Vida de la Razón, «Volumen 1: La razón en el Sentido Común».

[13] Echegaray, J. Discurso de ingreso en la RAC (fragmento). Obtenido el 29 de abril, de: https://www.epdlp.com/texto.php?id2=1679

[14] Turull Rubinat, M. (2008). Fundamentos históricos del Derecho, p. 86. Barcelona: FUOC.

[15] Vidal, C. (30 de octubre de 2011). Las razones de una diferencia: El trabajo. Libertad Digital. Obtenido el 15 de agosto de 2013, de:
https://www.libertaddigital.com/opinion/cesar-vidal/el-trabajo-61703/

[16] Vidal, C. (6 de noviembre de 2011). Las razones de una diferencia: de banca y banqueros. Libertad Digital. Obtenido el 15 de agosto de 2013, de:
https://www.libertaddigital.com/opinion/cesar-vidal/de-bancos-y-banqueros-61784/

[17] Ritos masónicos. Portal masónico del Guajiro. Obtenido el 24 de mayo de 2016, de: https://eruizf.com/masonico/ritos/reaa/18_grado.html

[18] Álvarez Lázaro, P. (2006). Páginas de historia masónica, p. 348. Santa Cruz de Tenerife: Ediciones Idea.

[19] Celaya, G. (1955). Poema España en Marcha, de “Cantos iberos”. Gabriel Celaya. Obtenido el 23 de mayo de 2016, de: https://www.gabrielcelaya.com/documentos_algunospoemas.php

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